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  • Foto del escritorFelisa García Sánchez

Cómo me converti en un guerrero - Jeff Foster

Una vez, me escapé del miedo así que el miedo me controlaba.

Hasta que aprendí a sostener al miedo como a un recién nacido.

Escucharlo, pero no ceder.

Honrarlo, pero no rendirle culto.

El miedo ya no me podía detener.

Ahora camino con valentía hacia la tormenta.

Aún tengo miedo, pero él no me tiene a mí.

Una vez, me avergoncé de quien era.

Invité a la vergüenza a mi corazón.

La dejé arder.

Me dijo, “sólo intento proteger tu vulnerabilidad”.

Agradecí a la vergüenza cariñosamente,

y me adentré en la vida de todas formas,

sin vergüenza, con la vergüenza como una amante.

Una vez, tuve una gran tristeza enterrada profundamente.

La invité a salir y jugar.

Lloré océanos.

Mis conductos lagrimales se secaron.

Y encontré alegría ahí mismo. Justo en el centro de mi tristeza.

Fue el corazón roto quien me enseñó como amar.

Una vez, tuve ansiedad.

Una mente que no quería parar. Pensamientos que no se callaban.

Así que dejé de intentar silenciarlos.

Y me salí de la mente, hacia la tierra, hacia el barro.

Donde fui sostenido con fuerza como un árbol, inquebrantable, seguro.

Una vez el enojo ardía en las profundidades.

Llamé al enojo hacia la luz de mí mismo.

Sentí su poder impactante.

Dejé que mi corazón latiera y que mi sangre hirviera.

Lo escuché, por fin.

Y gritó:

“¡Respétate a ti mismo ferozmente ahora!”

“¡Di tu verdad con pasión!”

“¡Di no cuando quieres decir no!”

“¡Haz tu camino con valentía!”

“¡No dejes que nadie hable por ti!”

El enojo se convirtió en un amigo honesto.

Un guía verdadero.

Un niño salvaje y hermoso.

Una vez la soledad me hirió profundamente.

Traté de distraerme e insensibilizarme.

Corrí hacia la gente y lugares y cosas.

Incluso fingí que era “feliz”.